La práctica del encarcelamiento se remonta a los albores de la civilización. En las antiguas sociedades de Mesopotamia, Egipto y Grecia, las prisiones no eran concebidas como lugares de rehabilitación, sino principalmente como centros de detención temporal antes del juicio o la ejecución. Los espacios utilizados para el confinamiento variaban considerablemente, desde simples calabozos subterráneos hasta fortalezas improvisadas.
En el antiguo Egipto, por ejemplo, los prisioneros a menudo eran retenidos en estructuras rudimentarias dentro de los complejos de los templos o palacios. Estas "celdas" eran sombrías, insalubres y frecuentemente superpobladas. La duración de la detención dependía de la gravedad del delito y la voluntad del faraón o sus representantes.
En la antigua Grecia, las prisiones también servían como lugares de castigo y humillación püblica. Los prisioneros podían ser encadenados, azotados o sometidos a otras formas de tortura. Las condiciones de vida en las prisiones eran deplorables, con una alimentación escasa y una falta total de higiene. Un ejemplo notable es la prisión estatal de Atenas, donde Sócrates pasó sus ültimos días antes de ser ejecutado.
El Imperio Romano desarrolló un sistema penitenciario más elaborado, con diferentes tipos de prisiones segün el estatus social y la naturaleza del delito. Los ciudadanos romanos de clase alta a menudo eran confinados en prisiones privadas o en sus propias villas bajo vigilancia, mientras que los esclavos y los criminales comunes eran encerrados en mazmorras subterráneas o en las infames "carcer", prisiones estatales ubicadas cerca del Foro Romano. Estas prisiones eran conocidas por su oscuridad, humedad y crueldad.
A pesar de las diferencias culturales y geográficas, las prisiones en la antigüedad compartían algunas características comunes: la falta de higiene, la superpoblación, la violencia y la ausencia de cualquier intento de rehabilitación. El objetivo principal era la contención y el castigo, no la reforma del individuo.